Son muchos los nombres y apellidos relacionados con Melilla, Segangan, Setolazar, San Juan de las Minas, Uixan, Telata de Beni Sidel, Nador, etc.. Son muchos los familiares y amigos que compartimos, en una época no muy lejana, una tierra que añoramos porque fue testigo de nuestra infancia y juventud, porque fue cómplice de nuestros amores, porque acogió a nuestros muertos, porque nos llenó el alma de buenos recuerdos.
Por las calles de Segangan se pasearon los Asensio, Lores, Márquez, Martínez, Soliveres, Quero, Alcazar, Ruiz, Caballero, Romero, París, Saagún, Bernard, Soriano, Campoy, Oliver, Ayala, Gris, Torres, etc…, etc… Infinidad de familiares y amigos que siempre recordaremos: Manolo Ángeles, Eugenio, D. Miguel, Gestoso, Chío, Manuel Campoy, Ramón Núñez, Manuel y Joaquín Gris, Gallardo, Manolo Oliver, Felipe Soriano, Paquito el jorobado, Antonio el del cine, Pedrín, Pepe y Juan Quero, Ani Campoy, Jose Fina, Teniente Clavijo, Antonio Goyanes, Los Pardo, El Godino; Antonio, Manuel y Bernabé Alias; los Ayala del estanco, el guardia Rodríguez, Frasquito el bizco, Baldomero, Sebastián el pintor, el litri, los Ortegas , Carmen la taquillera, los italianos, el Padre Manuel, El teniente Gorgonio, Alfonso y Joseito la Casa, etc, etc…
Cientos de amigos esparcidos por toda España que tenemos en común un lejano pueblo, ya irreconocible, que aún late en nuestros corazones.
Recientemente he paseado por las calles de Segangan y mis ojos han sido testigos de que ya no es mi pueblo, pero algunos de sus rincones seguían impregnados del espíritu de antaño. Cuando el autobús paró en la calle 18 de Julio un torbellino de recuerdos me colapsó y la realidad que veía fue diluyéndose para dejar paso a los recuerdos de la infancia; el bar de mi abuelo, el cafetín de Busián, el taller del tío Amos, la pastelería de Cayetano; parecieron recobrar vida y en una alucinación momentánea me vi subido en la mesa de billar de mi abuelo, me vi trapicheando en el taller del tío Amos, en la puerta del molino de mi tío Pepe Quero, esperando en la puerta del cine a que me dejaran pasar, sentí el olor a leche en polvo que todas las tardes nos daban en el colegio, el olor a cera de la iglesia; sentí la brisa fresca de las tardes de invierno en la “Corrala”, vi el caótico orden del zoco de entonces; vi a Fatíma llamando a Amalín.
¡En cuestión de segundos pasó mi infancia!